Y me levanto otro día más, echando la vista atrás,
recordando todo lo que he conseguido y pensando en todo lo que está por venir. No
puedo dejar de pensar en ti, y más cuando el camino se hace empinado, porque me
falta el amor que desapareció hace años. Siempre mantendré conmigo los
recuerdos y consejos que me diste, ya que tú me diste los cimientos para ser la
persona que soy ahora. Siento mucho que no puedas ver hasta donde he llegado,
pero te prometo que siempre seguiré avanzando, intentando lograr mis metas,
aunque jamás las haya tenido claras. Sigo caminando con firmeza sin miedo a los
fallos, ya que me enseñasteis que los errores son los profesores más sabios. Solo
quería daros las gracias a los dos, ya que no se pueden pedir mayores ejemplos.
Era ya mediodía y yo llegaba a mi destino, la Ciudadela Negra, una ciudad de increíble tecnología, la cual era casi superada por su suciedad. Caminaba por sus suelos metálicos a la atenta mirada de los charr ajetreados, no era normal que un humano caminara por el Campo de Formación, pero yo había venido dispuesto a encontrarle. Llegué al Núcleo del Emperador, fascinado observé esa esfera del tamaño de una pequeña luna, en su interior, una rampa de caracol ascendía hasta los tribunos de sangre, hierro y el Núcleo de Mando. Ordené a Nertharion que sobrevolara la ciudad en busca del charr ya que a mis ojos todos son iguales. Me distraje un momento a contemplar al Azote, una gran arena que se extendía bajo el Núcleo, pensando en la gloria de la batalla. Nertharion volvió a mí, señalando el Noto de Ligacus, nos dirigimos a prisa hacia el lugar donde pude ver un guerrero charr practicando movimientos de hacha y antorcha, demostrando que mi oponente se había convertido ya en un berserker,
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