Encerrado en aquella montaña, donde mis alas no pueden
provocar destrucción, curando las heridas de la última batalla, mis escamas
negras se cerraban cada vez más rápido, comenzaba a afilar mis cuernos, garras
y dientes para derribar hasta la última piedra de este macizo que me encierra. Todas
las civilizaciones arderán bajo la sombra de mis alas, nada podrá esconderse de
mi llameante rugido. Solo sirvo para un propósito y he de cumplirlo, sin
control, sin dolor, no habrá nadie que pueda detener mi furiosa dentellada. Los
rayos comenzaban a chisporrotear por toda la caverna, las estalactitas y
estalagmitas crujían y explotaban con los rayos más débiles. Mientras él estaba
allí sentado, lleno de dolor, pensando que encerrarnos es la mejor idea, no,
jamás. Todo arderá. La tierra empezaba a desquebrajarse con mis rugidos y la
luz del sol se abría paso entre las grietas de la montaña. Comencé a cubrir
todo con mis llamas electrificadas, las rocas se fundían y la montaña se vino
abajo. Extendí las alas y mi grito resonó hasta en el último rincón del
planeta, podía percibir el miedo, la agonía e incluso la admiración que aquellos
seres inferiores podían sentir. Él se levantó, me dirigió una mirada de
aprobación. No necesitaba más, porque quien quiere alas si no te dejan usarlas,
alcé el vuelo, y sentí la lluvia en todo mi cuerpo. Sin rumbo, sin destino,
solo destrucción.
Era ya mediodía y yo llegaba a mi destino, la Ciudadela Negra, una ciudad de increíble tecnología, la cual era casi superada por su suciedad. Caminaba por sus suelos metálicos a la atenta mirada de los charr ajetreados, no era normal que un humano caminara por el Campo de Formación, pero yo había venido dispuesto a encontrarle. Llegué al Núcleo del Emperador, fascinado observé esa esfera del tamaño de una pequeña luna, en su interior, una rampa de caracol ascendía hasta los tribunos de sangre, hierro y el Núcleo de Mando. Ordené a Nertharion que sobrevolara la ciudad en busca del charr ya que a mis ojos todos son iguales. Me distraje un momento a contemplar al Azote, una gran arena que se extendía bajo el Núcleo, pensando en la gloria de la batalla. Nertharion volvió a mí, señalando el Noto de Ligacus, nos dirigimos a prisa hacia el lugar donde pude ver un guerrero charr practicando movimientos de hacha y antorcha, demostrando que mi oponente se había convertido ya en un berserker,
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