Continuaba mi camino sin un rumbo fijo, unicamente buscando lo que algunos llaman felicidad, una leyenda transmitida entre susurros criminales. Durante mi travesía solo pude encontrar oscuridad, la cual ganaba lentamente el pulso a mi esperanza.
Cabalgué varias semanas hacia el norte, a las montañas, hasta llegar a Balshur, un pequeño pueblo del norte, el cual cubría la nieve con un espesor considerable. Se sentía solitario, la poca gente que se atrevía a vivir en estas gélidas tierras se resguardaba en su casa la mayor parte del tiempo, más ahora que el invierno mostraba todo su explendor. Atravesé la pequeña plaza para dirigirme a la posada. Una preciosa mujer atendía el negocio, mientras aguantaba a sus clientes, que podrían ser perfectamente confundidos con cerdos. Pedí educadamente una habitación para unos días, ella me dio una llave y me indicó donde estaba la habitación. Pude ver en sus ojos una inmensa tristeza, una tristeza que conectó instantáneamente con mi corazón, unos ojos sin ganas de seguir viviendo... Como algo tan bello quería dejar de existir.
Pasaron algunos días y me ofrecí como ayuda para Kora, a medida que pasaban los fríos días, me iba relatando su historia, como su padre murió cuando ella era una niña y su madre fue asesinada tras el ataque de unos bandidos el último otoño, aun así, se levantaba todos los días a cuidar la posada, pues era lo único que le quedaba en este mundo y que lo defendería hasta su último aliento, sola y sin ayuda. Jamás mostró una sonrisa, la inexpresión de su rostro estaba justificada, pero podía ver en sus ojos un pequeño brillo, una luz que mantenía viva mi esperanza.
El invierno llegaba a su fin, alargué un poco mi estancia a petición de Kora. Balshur era conocida por las Niivhelas, una flores blancas y luminosas únicas de la región que florecian con las últimas nevadas del invierno, se suponía que era un acontecimiento digno de ver. Llegó la noche, Kora y yo nos juntamos al resto del pueblo que se aproximaba a las colinas de las afueras de Balshur. Unos destellos comenzaron a brotar del suelo, una sensación de paz inundaba mi alma que se mezclaba con el aroma que despedían aquellas flores, cuando me quise dar cuenta, estabamos rodeados de miles de pequeñas luces blancas, algunos niños comenzaron a corretear por las praderas, mientras que los demás vecinos comenzaron a cantar una suave melodía. Me giré hacia Kora y por primera vez pude ver su sonrisa, la cual eclipsaba a todo lo que ocurría a nuestro alrededor, para mi sorpresa ella me miraba con sus preciosos ojos canela, pude ver felicidad donde antes solo se mostraba vacío, una lágrima se deslizó por su pecosa mejilla, la cual recogí acariciándola. Cuando me quise dar cuenta, solo unos milímetros separaban nuestros labios, la besé, y pude sentir todo aquello que buscaba, ella era la razón de mi viaje, había recorrido medio mundo sin objetivos y cuando me quise dar cuenta lo había encontrado.
Comentarios
Publicar un comentario