Finalmente me levanté de la cama, llevaba toda la noche aguantando, por una parte, la tormenta que sacudía mi casa y por otra, la que ocurre en mi cabeza, por la que no había dormido demasiado. Me dirigí al baño para asearme y después a la cocina, aunque no tenía hambre, cogí unas cuantas galletas de chocolate las cuales me comí desganado, recogí mis cosas y salí a la calle. Las tormentas aún seguían realizando su actividad con una eficiencia inimaginable, por lo que, mientras caminaba, mis zapatillas se iban calando, y yo no podía dejar de pensar en lo ocurrido en la tarde anterior. Llegué a la orilla de la playa, una jugada poco inteligente ya que aquí el viento y la lluvia eran más violentos, pero en ese momento, lo que menos me preocupaba era el agua que golpeaba mi cara. Aún así, me refugié bajo un árbol cercano. Me sentía confuso, habían sido dos semanas muy duras, las cuales no sabía como comportarme. En todo momento millones de preguntas abordaban mi cabeza, todo para ac