Creo que hasta el otro día, no supe apreciar que significaba realmente un te quiero. Se perfectamente que me he enamorado, posiblemente varias veces y de diferentes formas, pero jamás, un te quiero me había dado ganas de llorar de felicidad. Cuando ella me lo susurro al oído, una sensación de calidez invadió mi cuerpo, todos mis miedos desaparecieron, y me perdí en el beso que ella me dio, cada vez que miro a sus ojos se perfectamente que la quiero a mi lado para que no se marche nunca. Recuerdo la risa tonta que me entró, incontenible, mientras ella misma se contagiaba de lo que había provocado. Ninguno de los dos quería separarse en un momento tan especial como ese, donde no existía lugar ni tiempo, solo nosotros. Llevaba esperando esas palabras mucho tiempo y llegaron cuando no me las esperaba, no se si lo planeó o fue espontáneo, pero me transformó en el hombre más feliz del mundo, con tan solo, un te quiero.
Continuaba mi camino sin un rumbo fijo, unicamente buscando lo que algunos llaman felicidad, una leyenda transmitida entre susurros criminales. Durante mi travesía solo pude encontrar oscuridad, la cual ganaba lentamente el pulso a mi esperanza. Cabalgué varias semanas hacia el norte, a las montañas, hasta llegar a Balshur, un pequeño pueblo del norte, el cual cubría la nieve con un espesor considerable. Se sentía solitario, la poca gente que se atrevía a vivir en estas gélidas tierras se resguardaba en su casa la mayor parte del tiempo, más ahora que el invierno mostraba todo su explendor. Atravesé la pequeña plaza para dirigirme a la posada. Una preciosa mujer atendía el negocio, mientras aguantaba a sus clientes, que podrían ser perfectamente confundidos con cerdos. Pedí educadamente una habitación para unos días, ella me dio una llave y me indicó donde estaba la habitación. Pude ver en sus ojos una inmensa tristeza, una tristeza que conectó instantáneamente con mi corazón, unos