Continuaba mi camino sin un rumbo fijo, unicamente buscando lo que algunos llaman felicidad, una leyenda transmitida entre susurros criminales. Durante mi travesía solo pude encontrar oscuridad, la cual ganaba lentamente el pulso a mi esperanza. Cabalgué varias semanas hacia el norte, a las montañas, hasta llegar a Balshur, un pequeño pueblo del norte, el cual cubría la nieve con un espesor considerable. Se sentía solitario, la poca gente que se atrevía a vivir en estas gélidas tierras se resguardaba en su casa la mayor parte del tiempo, más ahora que el invierno mostraba todo su explendor. Atravesé la pequeña plaza para dirigirme a la posada. Una preciosa mujer atendía el negocio, mientras aguantaba a sus clientes, que podrían ser perfectamente confundidos con cerdos. Pedí educadamente una habitación para unos días, ella me dio una llave y me indicó donde estaba la habitación. Pude ver en sus ojos una inmensa tristeza, una tristeza que conectó instantáneamente con mi corazón, unos